jueves, 7 de marzo de 2013

EL MARCO PERDIDO DE LA VIRGEN DE LOZANO



Al entrar al Museo Palacio Arzobispal de Lima me di de cara con la hermosa colección colonial que ahí se muestra. No negaré la majestad arquitectónica del edificio pero ésta no era de mi interés en ese momento. Al ser un apasionado de la historia universitaria los ojos se me iban por los detalles que aportaran algún dato a mi investigación. Después de todo jamás se sabe dónde podría encontrarse pistas. Buscaba personajes, ropas, insignias, firmas, nombres, alegorías y todo tipo de detalles que puedan ilustrarme un poco más. Feliz fue la sorpresa de ver un cuadro inmenso llamado “Asunción y Coronación de la Virgen”. Me fijé en el rótulo descriptivo colocado por el Museo y leí lo siguiente:   
“El año de 1765, fecha en que están firmados los retratos de los condes de Monteblanco, una noticia de la Gaceta de Lima nos informa de la reparación por estas fechas de la fábrica del antiguo noviciado de los jesuitas, llamado de San Antonio Abad, después del terremoto de 1746. Al referirse a la decoración de su templo nos dice: "La Sacristía, aunque es de igual Clase con la Iglesia, y tiene los mejores adornos de lucida Caxonería, dos preciosas, Urnas, y Ornamentos de las mejores Telas; pero se halla más enriquecida de un Lienzo, que ocupa la Pared principal, cuya latitud es de 6 varas y media, y de longitud sube hasta el Azafate de dicha Pieza. En él se figura la sagrada Imagen de María, coronada de la Santísima Trinidad; y por la parte inferior el Patriarca San Joseph, San Antonio Abad y todos los Santos de la ilustre Compañía de Jesús, crecido número de Angeles, en airoso movimiento; cuyas Imágenes, juntas con las primeras, llegan hasta 70: obra, por su distinción, única en el Perú: parto al fin del inimitable Ingenio de Don Christoval Lozano" Años después con la expulsión de los jesuitas, en 1769, se cerró el noviciado de San Antonio Abad, ubicado en el local de la actual Casona de la Universidad de San Marcos, y se creó el Real Convictorio de San Carlos al fundirse en uno solo los colegios mayores de San Martín y Real de San Felipe. Posiblemente por estas fechas en que se redistribuyeron los bienes de los jesuitas es que el referido lienzo pasó a formar parte del templo de San Marcelo. Sin lugar a dudas podemos afirmar que el lienzo de la Asunción y Coronación de la Virgen es el más importante del pincel de Lozano, aparte de ser el de mayor formato entre todos los conocidos de su producción.”    
(El rótulo cita el artículo “CristóbalLozano, paradigma de la pintura limeña del siglo XVIII”, por Ricardo Estabridis Cárdenas.)

Maravillado salí del Palacio Arzobispal y decidí darme una vuelta por el antiguo Convictorio de San Carlos, hoy Centro Cultural de laUNMSM. Al entrar  me saludé gentilmente con el personal de seguridad. Dejé mi identificación aunque la mujer que me atendió me reconocía por verme ahí tantas veces. Igual cumplí con el protocolo.
Subí al departamento de turismo para ubicar a quien que me diera información para contactarme con un querido amigo historiador, pero habían salido a almorzar. No había nadie. Comencé a husmear entre los claustros buscando a alguien que me ayude. Atravesé un corredor y di con un amplio patio en muy mal estado, con desmonte de construcción y algunas carpetas amontonadas a un costado. Las paredes estaban pintadas con murales de muy mala calidad y colorinches que no eran parte del legendario Convictorio, o de cualquier pared si fuera el caso.
Como supuse que yo no debía estar ahí, antes de agotar mi bienvenida, decidí salir. Al volver sobre mis pasos vi recostado en una pared un gigantesco marco de madera. ¿Sería este el mismísimo marco que en el siglo XVIII custodiara el lienzo de Cristóbal Lozano? Debido a sus dimensiones y según lo que acababa de leer en el rótulo comencé a atar cabos pero no había nada seguro. ¿Cómo algo tan antiguo y grande podía estar tirado entre el desmonte, mientras la pintura que resguardó se lucía en su esplendor, ahora en el siglo XXI, en un palacio?


Esto hace más de un año y medio. Creí perdida la foto por mucho tiempo y la rutina del día a día me consumió. Me tragó el torbellino del nuevo milenio y olvidé al coloso guardián de madera.
Hoy volví a encontrar la foto entre mis archivos. La foto estaba extraviada en el laberinto virtual de mi computadora. Lo vi como hace más de un año lo vi en aquel patio de escombros y recordé.
Tomé el teléfono y llamé al Director del Museo de Arte Religioso de la Catedral, quien con gran gentileza escuchó mis palabras. Primero debían confirmar si aquél era el marco del lienzo. A partir de ahí se vería qué hacer. Aún si el marco no correspondiese al lienzo éste sirvió para resgaurdar uno alguna vez. Supongo que el viejo coloso de madera, orgulloso guardián de algo precioso, de tener conciencia pensaría: misión cumplida. Protegió la joya. Tal vez ahora se vuelvan a unir después de tantísimos años.


Por Juan Carlos Talavera Velezmoro 

sábado, 2 de marzo de 2013

Minervas perdidas: entre latas y medallas

Aunque preferiría llamarla “San Carlos” en remembranza del antiguo Convictorio, tal como corrige sobre éste punto el Dr. Ramón Chong-Siu, uno de los responsables de su restauración; caminaba hacia la mal llamada “Casona” de San Marcos por la avenida Abancay, cuando algo captó mi atención. Bajo las vitrinas que exponen los tugurios comerciales que ahí anidan, vi varias medallas y placas con los escudos de diversas universidades limeñas. Me paré ahí para ver con detenimiento las que estaban a simple vista. Muchas no eran buenas, de poco detalle y bastante simplonas. Otras no estaban mal, aunque los diseños de cada medalla variaba, incluso entre las de la misma universidad o facultad. La muchacha que atendía, cansada seguro del calor húmedo de la ciudad y de una avenida que es un avispero de transporte público, me preguntó si me gustaba alguna. 



Dr. Sebastián Lorente con su medalla
doctoral de letras. Museo de Arte UNMSM.
Foto Marco Chirinos
-Sólo miro –respondí para decepción de ella. Quizá en otra oportunidad, aunque de todo corazón espero que no, pensé antes de seguir mi camino.

Lejana queda la época cuando se acostumbraba otorgar al graduando una medalla que le incorporaba en la academia sanmarquina. Hoy se producen masivamente y  se entregan en todo tipo de ceremonias de graduación, al pedido del cliente y personalizadas para la ocasión. La imaginación es el límite. Hasta hay casos en los que no es necesario haber terminado la universidad. Basta tener una graduación de amigos o conocidos pendiente y una autoridad académica generosa, pues aún debiendo cursos el estudiante se “gradúa”. Ni es necesario ser bachiller.
Con esta imagen me vino a la cabeza algo que escuché con anterioridad: si una medalla se entrega sin respeto riguroso a su fin, entonces pierde su valor la distinción, haciendo de ésta una lata cualquiera.
La antigua medalla sanmarquina era elíptica. Grabada sobre sí a manera de un camafeo estaba Minerva, la diosa de la sabiduría. Atrás circundando la medalla se leía: “Universidad Mayor de San Marcos – Lima” así como el nombre de la facultad. Esta imagen es parte de la alegoría greco-romana que ha sido inspiración para la simbología académica desde mucho, pero con marcada trascendencia desde el renacimiento, legado que hoy tenemos de las universidades clásicas. Si en la España del siglo XIX las medallas académicas revestían con Apolo su reverso, en San Marcos era Minerva quien iba al frente mostrando su perfil perfecto. Los religiosos llevarían “la imagen simbólica de la religión”, seguro para diferenciarse debido al rigor de su fe. 



Medalla doctoral de jurisprudencia de fines del siglo XIX
o principios del XX. Colección Talavera.
En el Reglamento General de Instrucción Pública del año 1884 se indica que las medallas debían de ser de plata para bachilleres y de 3 x 2 cm. Para los licenciados serían hechas en el mismo metal con una dimensión de 4 x 3 cm. A los doctores les era reservado el oro, sinónimo del triunfo según tradición académica, y debían medir 4 x 3 cm. La cinta para colgar la medalla alrededor del cuello debía de ser del color de la facultad del graduado.
Desde el siglo XVI las facultades de leyes, cánones, artes, medicina y teología les caracterizo el rojo, verde, azul, amarillo y blanco respectivamente. Pero ésta rica simbología, heredada de una tradición renacentista según creo, fue cambiada hacia la segunda mitad del siglo XIX. El investigador Daniel Valcárcel enseña que luego de tres siglos los colores de las facultades clásicas habían sido cambiados, acusando arbitrariedad pues “sin aducir razón alguna, se dio espaldas a una bien entendida tradición histórica”.    

Apunta el Dr. Valcárcel que el proyecto del Reglamento General de Instrucción Pública de 1875 había sido presentado por José A. Roca, P. Pradier Foderé, Manuel Atanasio Fuentes, J.J. Granda, Casimiro Ulloa y Pedro Paz Soldán y Unánue. Éste fue aprobado el 18 de marzo de 1876 por el Presidente Manuel Pardo y su Ministro Manuel Odriazola, estableciendo que el color para la jurisprudencia sería el verde y para las ciencias políticas el rojo. La teología conservó el blanco, a letras le fue asignado el rosado, a ciencias el azul claro y para medicina el violado. Este orden se mantiene en el Reglamento General de la Universidad de 1929, según el Dr. Valcárcel, con salvedad del cambio de color al morado para la Facultad de Medicina; color que personalmente creo ésta ha heredado al actual Colegio de Médicos del Perú. 


El Estado Peruano regulaba todos esos protocolos y la Casa de la Moneda acuñó las medallas por un tiempo. Si los títulos profesionales y grados académicos se dan a su nombre ¿Cómo hay menor consideración por la insignia que lo representa actualmente? La desaparición de las tradiciones y de la identidad cultural no es algo nuevo en nuestras sociedades. Tampoco es novedad la activa resistencia a este proceso por activistas y promotores culturales. Somos un país que busca ávidamente sus identidades. Somos un país de cara al siglo XXI que hoy está en permanente reconciliación con su pasado y en continua reivindicación de lo que son sus herencias. 

Es cierto que el Estado no puede pretender un monopolio sobre la producción y venta de estas medallas. Sería poco conveniente por no decir anacrónico a las libertades del mercado actuales. Pero creo que sí deberían revalorarse los protocolos que normaban el diseño de esta insignia por parte del Estado. Después de todo, tras años de estudio para quienes la ganamos, esa medallita no es una simple lata.   

Cerca a la esquina con Nicolás de Piérola crucé hacia el antiguo Convictorio, mal llamado Casona, y los nuevos Halicarnasos del Parque Universitario aún aguantaban el sol veranero esperando a los estudiantes.

por Juan Carlos Talavera Velezmoro